domingo, 18 de septiembre de 2011

Capítulo 3: Brillo de luna en llamas

La idea de maquillarme ni siquiera se me había pasado por la cabeza así que cuando Dan me dijo que echase el maletín me sorprendió. Yo llevaba mucho tiempo sin pensar que el maquillaje era lo primordial en esta vida. El simple hecho de recordarme hace un par de años me removía el estomago. Sonreí al pensar en Aroa. Ella nunca podía salir de casa sin maquillaje. Ella fue la única que no me dejo de lado tras aquel verano que me cambio tanto. Fue la única que permaneció a mi lado aunque yo sabía que no me entendía. Fueron unos meses difíciles para las dos pero nuestra amistad se unió más que nunca y eso me alegraba.
Una lágrima se resbalo por mi mejilla. Pensar en todo aquello me entristecía, tal vez más de lo que debería. Me limpie la mejilla y seguí metiendo cosas en el macuto. 3 conjuntos de ropa interior, un par de vaqueros, 3 camisetas y una chaqueta.
Tras cerrar la mochila me acerqué a él y lo abracé por la cintura.
-       Ve a por algo de comida para llevarnos.
Lo solté de mala gana y empecé a rebuscar en la despensa. No había mucha variedad porque no era muy aficionada a hacer la compra. Encontré unos botes en conserva, una bolsa de pelotazos y otra de fantasmitas, un paquete de kit-kat y unos bocadillos de tortilla de patatas.
No fue fácil meterlo todo en la mochila pero al final entró.
-       Dan, ¿para que quieres mi maquillaje?
-       Para maquillarte, ¿para que va a ser sino?- dijo con toda la sinceridad del mundo.
No sé que cara pondría para que Dan me abrazase y me diese un par de besos en los labios pero podría asegurar que no era una cara de felicidad.
-       Tonta.
-       Perdona pero creo que no te he entendido bien, ¿me acabas de decir que necesito echarme maquillaje?- pregunté arrugando la frente.
-       No, bueno….si pero no es como tu piensas.
-       ¿Ah no?
-       No, necesitas el maquillaje para ir a un lugar.
-       ¿A un lugar donde debo aparentar más de 18 años?- pregunté cruzando los brazos para mostrarle mi enfado.
-       No  es exactamente así- dijo con voz nerviosa.
-       ¿No?
-       No, no vamos a ir a ningún pub donde tengas que sacar tu carnet de identidad. Vamos a ir a un lugar donde tendrás que maquillarte pero todavía no te lo puedo contar. Tenemos que llegar antes para asegurarme que nos será fácil la entrada. Y, por cierto, enciende la chimenea.
-       ¡¿La chimenea?!¡Pero si estamos en agosto!
-       Lo sé pero es la única manera de escapar.
-       Dan, dime donde vamos.
-       Ahora mismo no.
-       ¿Por qué? -mi voz sonaba más a suplica que a pregunta.
-       Tenemos a una bandada de ángeles alrededor de la casa y sino enciendes ahora mismo el fuego nos mataran en menos de diez minutos.
Estaba enfadándose así que me aseguré de encender el fuego lo antes posible. Estaba nerviosa y a primera vez que lo intente me quemé con el mechero. La segunda vez no tardó mucho en prender.
-       Tenemos cinco minutos hasta que nos descubran. Escribe una carta a tus padres diciéndoles que estas de viaje con Aroa y que volverás dentro de un mes.
-       ¿Volveremos dentro de un mes? -pregunté con la esperanza de que fuese así.
-       Lo dudo- me pasó un brazo por la espalda para consolarme -pero los llamaremos para decirles que hemos tenido un problema y que tardaremos un poco más.
-       ¿Nos encontrarán?
-       Intentaremos huir todas las veces que haga falta y vendremos a casa para que tus padres te vean y nos volveremos a ir.
-       No aceptarán que esté todo el tiempo de viaje.
-       Luz, si nos quedamos en tu casa ponemos en peligro a tu familia.
-       Lo entiendo -dije y me gire para buscar el papel y un sobre. Quería estar sola y despedirme de mi casa, de mi hogar…y Dan pareció entenderlo.
Encontré el papel en el despacho de mi padre junto a los sobres de las felicitaciones navideñas que mi madre mandaba a todos los parientes lejanos.
Empecé a escribir la nota para mis padres lo más rápido que pude pero la mano me temblaba y no se entendía mi letra. Intenté tranquilizarme pero sin ningún resultado.  Al final de esta puse la fecha de mi partida pero en el último momento se me ocurrió una idea.
Borré la fecha y la atrasé 2 semanas, un día antes de que volviesen mis padres.
-       Muy buena idea,-me susurro al oído mientras me abrazaba por la cintura -ya es la hora.
Doblé con cuidado la carta y la metí en el sobre. No quería irme de casa aunque era lo que siempre había soñado. Irme de casa y dejar todos los planes que mis padres hubiesen hecho para mí. Pero si deseaba estar con Dan esa era la única opción. De todas formas sabía que tarde o temprano iba a morir por haber incumplido las normas impuestas por los ángeles pero quería disfrutar todo el tiempo posible con él.
Eché el último vistazo al interior de mi casa. Siempre me había parecido una casa muy normal. Mi madre era la típica mujer que ponía todos los recuerdos de las vacaciones y comuniones sobre los muebles del salón. Aquello me irritaba porque era yo la que tenía que quitar el polvo de todos aquellos adornos inservibles hasta que una noche una joven sufrió un accidente enfrente de mi casa. No recuerdo su nombre pero si la cara de susto que tenía en el cuerpo cuando oyó el llanto de los niños del coche que había golpeado por la parte de adelante.
Después de que se calmase y tomase un chocolate caliente admiró nuestro salón y fue entonces cuando me di cuenta de lo precioso que era.
Observé la estantería y me acerqué a ella. Los marcos la adornaban sin dejar espacio para más recuerdos. Quería tener algo para recordar a mi familia así que cogí una foto de la parte superior de la estantería. Me acordaba perfectamente de ese momento, unas vacaciones en Paris junto a la torre Eiffel. En ella estábamos mis padres, mi hermano Héctor y yo. Todos sonreíamos, sobre todo yo por las cosquillas que mi hermano me estaba haciendo. Mi madre odiaba esa foto y por eso la había puesto en lo alto de la estantería pero aquella foto nos expresaba tal y como éramos. Tenía aproximadamente 8 años, cuatro años antes de empezar a meterme en líos. Ahora, con 17 años estaba a punto de morir a manos de unos ángeles presuntamente buenos.
Agarré con fuerza mi mochila y me acerqué al fuego.
-       ¿Qué has hecho antes?
-       Después te lo digo. Debemos salir ya, los ángeles están percibiendo el olor a humo y sabrán lo que estoy tramando.
Dan me abrazó y me hizo poner la cabeza en su hombro. Avanzó más hacia el fuego hasta que sentí como me quemaba la piel. Noté que mis pies se levantaban del suelo y que nos adentrábamos en el cálida calor de la chimenea. Dan me abrazaba  con mucha fuerza mientras que girábamos entre las llamas. Sus brazos me protegían del fuego hasta que sentí que el calor se esfumaba y un escalofrío me subía por toda la espalda. Abrí los ojos y visualicé un pequeño brillo de luna en el oscuro cielo de la noche.

miércoles, 7 de septiembre de 2011

Capítulo 2: En un mundo de arena

El 6 de agosto de 2009 en las afueras del oasis de Bahariya...

Recuperando el aliento tras la carrera más larga que han vivido mis sueños, me doy cuenta de que la tempestad se ha esfumado y que ese temor ya ha desaparecido. Me quito mis tacones de cristal justo antes de que estos se rompan en trocitos. Mis dedos sangran sin parar y nada puede parar la hemorragia. Me pongo en pie y ando cinco pasos. Las heridas duelen mucho. Ando otros cinco pasos. La arena se mete entre mis dedos infectando las heridas. Corro hasta que me derrumbo en el suelo. Hay demasiado sol en este desierto de arena roja y mis ojos se cierran justo antes de que la insolación se lleve los últimos latidos de mi corazón.
Una sombra cubre mis últimos pensamientos y me levanta en sus brazos pero mis ojos han sufrido demasiado y no tienen la suficiente fuerza para alzarse y mirar el rostro de aquel ser que esta dando su vida por aquella chica pelirroja con mejillas sonrosadas y desmayada en aquel mundo de arena.
Sueño. Mucho sueño. Demasiado sueño para mantener la consciencia. Mi corazón vuelve a latir aunque con lentitud. Mientras el sol me quema la piel en mi paseo hacia algún lugar que desconozco más pensamientos vuelven a mi cabeza y toda la iluminación se esfuma devolviéndome a la más profunda oscuridad.


Mis dedos rozaban una sabana muy suave al tacto y mis párpados se levantaron poco a poco permitiéndome ver la penumbra de la habitación donde posiblemente haya dormido varios días.
Me quité la sabana de encima y me sorprendió verme con un camisón blanco demasiado largo para mi gusto. Mis dedos estaban envueltos en gasas y tenía varias tiritas en los rasguños de los brazos.
Un golpe en la puerta me sobresaltó y me hizo caer rodando al suelo. Me levanté de golpe justo antes de 2 mujeres con vestido negro y un delantal blanco entraran en la habitación.
La más joven me miro de arriba a abajo y corrió las cortinas dejándome ciega durante unos segundos. Para cuando pude adaptarme a aquella ráfaga de luz, la sirvienta con mala leche ya no estaba en el dormitorio. La sirvienta de mayor edad se arrodilló al borde la cama y me curo de nuevo las heridas. No abrió en ningún momento la boca pero sus ojos desprendían dulzura y cariño. Cuando termino con las gasas su compañera salió del baño y le susurro algo al oído.
Antes de que las sirvientas salieran del dormitorio, la más joven me hizo una reverencia y desapareció por el pasillo dejándome a solas con aquella que había puesto tanto cariño en liarme en vendajes.
-       El baño ya esta listo - dijo la sirvienta mientras me ayudaba a levantarme.
-       No necesito ayuda -protesté aunque ella no pareció enterarse.
Estaba cansada aunque hubiese dormido durante meses así que pensé que un baño no me iría mal y acepté de mala gana su compañía hasta el aseo.
El agua estaba hirviendo pero necesitaba cocerme como un pollo para poder recordar todo lo que había pasado ayer, la razón de que estuviese allí. Pronto me acostumbre al bochorno de la habitación y me sumergí completamente en la bañera. Aguante 32 segundos bajo el agua. En mis años de éxito en la gana de natación infantil podía alcanzar el minuto pero llevaba demasiado tiempo sin entrenar y mucho haciendo el vago tumbada en el sofá o durmiendo en la cama. Sacudí la cabeza dándome golpes en los oídos para vaciarlos de agua pero yo sabía que esa no era mi verdadera intención. No sé cuanto tiempo estuve a remojo pero el agua ya estaba fría así que salté de la bañera y me lié con la toalla.
Salí del baño y encontré la ropa sobre la cama. No había ni rastro de la sirvienta por ninguna parte.
Pasé de la ropa y me asomé a la ventana. La hiedra verde rodeaba la fachada del edificio y prácticamente no dejaba ver nada de ella. El jardín lleno de rosales y de distintas gamas de flores adornaba el espacio entre la valla y mi posición en aquella pequeña fortaleza.
Parecía extraño que detrás de aquel muro existiera un mundo de arena, sol y espejismos.
Quise mirar más de cerca toda aquella maravilla pero cuando fue a abrir la puerta para pasar al balcón una voz me sobresaltó por la espalda.
-       No debería salir al balcón solo con esa toalla, señorita.
La sirvienta ya había vuelto. En su tono de voz no noté ningún reproche, solamente una advertencia.
-       Me llamo Luz, no señorita -no quería ser molesta pero ya estaba un poco harta de que no me llamasen por mi nombre.
-       No hay tiempo para presentaciones, señorita. Vístase y vendré a por usted en media hora. El señor quiere verla en el comedor para cenar con usted.
-       ¿El señor?
-       Fue quien la rescató del desierto. Vendré en media hora -y salió del dormitorio sin añadir nada más.
Me senté en el borde de la cama y miré por encima la ropa. Un vestido blanco amarrado al cuello y unas sandalias negras.
Y por primera vez desde que me desperté pensé en aquel extraño sueño del desierto. No recordaba quien me había salvado de aquella pesadilla pero quería averiguarlo.
Salí decidida hacía el baño con dos propósitos: conocer al famoso señor y encontrar un estuche de maquillaje por alguna parte.