martes, 31 de julio de 2012

Capítulo 4: Sol oculto


El 8 de agosto de 2009 en una mansión perdida en el desierto.

Salí enfadada de aquella habitación tan blanca que cegaba la vista. No había encontrado maquillaje por ninguna parte y las sandalias eran un número menos del que calzaba. Además, la sirvienta no aparecía y mi tripa ya empezaba a quejarse por la ausencia de comida.
Harta de esperar, abrí la puerta de la habitación y me encontré con el pasillo más largo del mundo. Aquello parecía un laberinto pero no me caracterizaba por ser una persona muy paciente así seguí las baldosas blancas en busca de una buena ensalada mediterránea.
Tras media hora andando, me di por vencida. Todas las puertas eran idénticas y por más que entrase en nuevos pasillos no encontraba la salida. Me apoyé en la pared y poco a poco me deslicé hasta llegar al suelo.
Perdida, sí, estaba perdida en aquel maldito palacio. ¿Asustada?, bastante, lo suficiente para que la primera lágrima mojara mi mejilla. Un ruido desde el fondo del pasillo me sorprendió. Me levanté de un salto y allí encontré a la sirvienta de mayor edad. En vez de sorprenderse o enfadarse por mi escapada me cogió de la mano  y seguimos avanzando por el pasillo hasta llegar a unas escaleras de mármol.
-        -No iba mal encaminada señorita aunque la siguiente vez que intente jugar a Sherlock Holmes intente no perderse- comentó con un toque de ironía.
No quería enfadarme por todo lo que me estaba diciendo y menos después de haberme encontrado, pero no me estaba resultando nada fácil.
-       -Ya hemos llegado- y abrió una puerta de madera dejando a la vista una gran sala repleta de sillas y una enorme mesa.
La estancia era tan bonita que era imposible dejar de observarla. Me deje guiar por la asistenta hasta llegar al centro de la sala. Ella se arrodilló pero yo ni siquiera me inmute cuando me encontré con su mirada. Sus ojos marrones me retuvieron la mirada pero tuve que apartarla por me abrasaba la vista.
-      - Gracias Norma, ya te puedes retirar. Deja que nuestra huésped y yo podamos conversar tranquilos.
Mi amada asistenta de nombre recién descubierto se retiró y nos dejo solos. Yo seguí contemplando aquella sala tranquilamente con sus ojos clavados en mi espalda.
-     -  ¿Te gusta?
Al no obtener respuesta se rió. No fue una risa forzada, al contrario, fue más bien sincera. Y eso me desconcertó. Normalmente, cuando pasaba de alguien, eso provocaba ira en la otra persona pero esta vez era distinta. Me volví hacia él y lo encontré a pocos pasos de mí. No tendría más de 21 años aunque aquella barba de varios días hacia que aparentase más edad. Llevaba una camiseta blanca que le marcaba todo el torso con unos vaqueros oscuros. Su voz sonaba segura y no demasiado dulce. Tenía el pelo rojo como el fuego, mucho más intenso que el mío. No parecía del todo enfadado, al contrario, parecía estar divirtiéndose.
-       -¿Esta sorda señorita?
-     -  Tengo un nombre y no, no estoy sorda.
-     -  Pues lo parece o tal vez le comió la lengua el gato. Yo soy Danffer.
Aquel tío me estaba sacando de mis casillas pero intenté serenarme. Si había sido él la persona que me había rescatado del desierto debía de estar agradecida con él aunque fuese un imbécil integral.
-       -Creí equivocarme pero ya veo que mis sentidos no fallan. No sé si debí rescatarte del desierto. Tan solo eres una estúpida niña arrogante que solo piensa en si misma, ¿o me equivoco?  
-     -  Si tu “sexto sentido” nunca te falla entonces por qué me recogiste.
-       -Veo que tu arrogancia sigue en pie. No soy como tú, primero pienso en el daño que puedo hacer a los demás antes de actuar.
-       -No me conoces.
-      - Puedo saber de ti más de lo que tú sabes de ti misma. Por ejemplo, no eres pelirroja, tan solo te lo has tintado para llamar la atención y para parecer más fuerte de lo que realmente eres. Y si no me crees mírate las uñas, te las muerdes.
-       -¿Y? Que me quieres decir con eso.
-       -Que eres nerviosa y que no tienes seguridad. Tienes miedo de que los demás te juzguen por lo que realmente eres pero te escondes por sus críticas.
-      - Pero, ¿de qué vas?- intente aparentar que no me afectaba pero termine gritando esta última frase.
-       -Tan solo digo verdades, para mí, las mentiras destruyen la confianza en las palabras; y las palabras son la mejor arma del hombre.
-      - No sabes nada de mí.
-       -¿De verdad lo crees o tan solo lo dices como mecanismo de defensa? ¿Quieres que cuente más cosas sobre ti?

Nunca antes nadie me había hablando así, faltándome de tal manera el respeto, ni siquiera mis padres cuando descubrieron que les robaba el dinero para comprar tabaco.
Cerré los puños intentando tragarme toda la rabia pero se me atragantó en la garganta dejándome sin palabras. Él interpretó mi silencio como una señal para seguir avanzando hasta encontrar un buen lugar para clavar una llaga en mi corazón y yo no pude hacer nada.

-     -  Mírate, ¿cuánto pesas? ¿Has mejorado algo después de dejar el centro de trastornos alimenticios? ¿Te sientes ahora mejor que rozas los 40 kg o son tus amigas las que más se alegran de que estés en los huesos? ¿Son ellas las que te obligan a vomitar o te metes los dedos tu sola? Pareces una marioneta controlada por las que crees que son tus amigas. Eres su pelele y posiblemente te creas mejor que todas las personas a las que has insultado y mirado por encima del hombro- lo dijo como si fuese un discurso, como si llevase días preparándolo. Ni siquiera le faltaba el aire mientras que a mí no me vendría mal bombona de oxígeno. ¿Cómo sabría lo de centro de anorexia y bulimia? Era imposible que él lo supiese. ¿Y lo del pelo? Era muy cuidadosa con ese tema y siempre tenía bien tapadas las raíces para que no se notase que era rubia.

-       -Si de verdad te crees tan listo dime porque me rescataste de ese desierto,- dije con las últimas gotas de aire que había en mis pulmones- y no me vengas con el cuento de que eres tan bondadoso que metes a cualquiera en tu casa.

-       -Tal vez sí.

-      - O tal vez sientas algo por mí.

Danffer no se rió, sino que quedó petrificado ante mis palabras. Aquellas palabras habían salido de mi boca sin más, ni siquiera había pensado que pudiesen afectarle pero me di cuenta de que tal vez mis palabras no fuesen del todo falsas. De repente miles de imágenes me vinieron a la cabeza: los días de visitas en el centro de alimentación, el concierto de Michel Teló en Murcia, el crucero por el mediterráneo, el mes en un internado de Inglaterra...en ellos siempre había alguien que la observaba entre las sombras, y cuando intentaba concentrarse más en aquella silueta desaparecía. Entonces, mi corazón dio un vuelco, calcinándose y uniéndose más a ese reino de arena y fuego.