martes, 31 de julio de 2012

Capítulo 4: Sol oculto


El 8 de agosto de 2009 en una mansión perdida en el desierto.

Salí enfadada de aquella habitación tan blanca que cegaba la vista. No había encontrado maquillaje por ninguna parte y las sandalias eran un número menos del que calzaba. Además, la sirvienta no aparecía y mi tripa ya empezaba a quejarse por la ausencia de comida.
Harta de esperar, abrí la puerta de la habitación y me encontré con el pasillo más largo del mundo. Aquello parecía un laberinto pero no me caracterizaba por ser una persona muy paciente así seguí las baldosas blancas en busca de una buena ensalada mediterránea.
Tras media hora andando, me di por vencida. Todas las puertas eran idénticas y por más que entrase en nuevos pasillos no encontraba la salida. Me apoyé en la pared y poco a poco me deslicé hasta llegar al suelo.
Perdida, sí, estaba perdida en aquel maldito palacio. ¿Asustada?, bastante, lo suficiente para que la primera lágrima mojara mi mejilla. Un ruido desde el fondo del pasillo me sorprendió. Me levanté de un salto y allí encontré a la sirvienta de mayor edad. En vez de sorprenderse o enfadarse por mi escapada me cogió de la mano  y seguimos avanzando por el pasillo hasta llegar a unas escaleras de mármol.
-        -No iba mal encaminada señorita aunque la siguiente vez que intente jugar a Sherlock Holmes intente no perderse- comentó con un toque de ironía.
No quería enfadarme por todo lo que me estaba diciendo y menos después de haberme encontrado, pero no me estaba resultando nada fácil.
-       -Ya hemos llegado- y abrió una puerta de madera dejando a la vista una gran sala repleta de sillas y una enorme mesa.
La estancia era tan bonita que era imposible dejar de observarla. Me deje guiar por la asistenta hasta llegar al centro de la sala. Ella se arrodilló pero yo ni siquiera me inmute cuando me encontré con su mirada. Sus ojos marrones me retuvieron la mirada pero tuve que apartarla por me abrasaba la vista.
-      - Gracias Norma, ya te puedes retirar. Deja que nuestra huésped y yo podamos conversar tranquilos.
Mi amada asistenta de nombre recién descubierto se retiró y nos dejo solos. Yo seguí contemplando aquella sala tranquilamente con sus ojos clavados en mi espalda.
-     -  ¿Te gusta?
Al no obtener respuesta se rió. No fue una risa forzada, al contrario, fue más bien sincera. Y eso me desconcertó. Normalmente, cuando pasaba de alguien, eso provocaba ira en la otra persona pero esta vez era distinta. Me volví hacia él y lo encontré a pocos pasos de mí. No tendría más de 21 años aunque aquella barba de varios días hacia que aparentase más edad. Llevaba una camiseta blanca que le marcaba todo el torso con unos vaqueros oscuros. Su voz sonaba segura y no demasiado dulce. Tenía el pelo rojo como el fuego, mucho más intenso que el mío. No parecía del todo enfadado, al contrario, parecía estar divirtiéndose.
-       -¿Esta sorda señorita?
-     -  Tengo un nombre y no, no estoy sorda.
-     -  Pues lo parece o tal vez le comió la lengua el gato. Yo soy Danffer.
Aquel tío me estaba sacando de mis casillas pero intenté serenarme. Si había sido él la persona que me había rescatado del desierto debía de estar agradecida con él aunque fuese un imbécil integral.
-       -Creí equivocarme pero ya veo que mis sentidos no fallan. No sé si debí rescatarte del desierto. Tan solo eres una estúpida niña arrogante que solo piensa en si misma, ¿o me equivoco?  
-     -  Si tu “sexto sentido” nunca te falla entonces por qué me recogiste.
-       -Veo que tu arrogancia sigue en pie. No soy como tú, primero pienso en el daño que puedo hacer a los demás antes de actuar.
-       -No me conoces.
-      - Puedo saber de ti más de lo que tú sabes de ti misma. Por ejemplo, no eres pelirroja, tan solo te lo has tintado para llamar la atención y para parecer más fuerte de lo que realmente eres. Y si no me crees mírate las uñas, te las muerdes.
-       -¿Y? Que me quieres decir con eso.
-       -Que eres nerviosa y que no tienes seguridad. Tienes miedo de que los demás te juzguen por lo que realmente eres pero te escondes por sus críticas.
-      - Pero, ¿de qué vas?- intente aparentar que no me afectaba pero termine gritando esta última frase.
-       -Tan solo digo verdades, para mí, las mentiras destruyen la confianza en las palabras; y las palabras son la mejor arma del hombre.
-      - No sabes nada de mí.
-       -¿De verdad lo crees o tan solo lo dices como mecanismo de defensa? ¿Quieres que cuente más cosas sobre ti?

Nunca antes nadie me había hablando así, faltándome de tal manera el respeto, ni siquiera mis padres cuando descubrieron que les robaba el dinero para comprar tabaco.
Cerré los puños intentando tragarme toda la rabia pero se me atragantó en la garganta dejándome sin palabras. Él interpretó mi silencio como una señal para seguir avanzando hasta encontrar un buen lugar para clavar una llaga en mi corazón y yo no pude hacer nada.

-     -  Mírate, ¿cuánto pesas? ¿Has mejorado algo después de dejar el centro de trastornos alimenticios? ¿Te sientes ahora mejor que rozas los 40 kg o son tus amigas las que más se alegran de que estés en los huesos? ¿Son ellas las que te obligan a vomitar o te metes los dedos tu sola? Pareces una marioneta controlada por las que crees que son tus amigas. Eres su pelele y posiblemente te creas mejor que todas las personas a las que has insultado y mirado por encima del hombro- lo dijo como si fuese un discurso, como si llevase días preparándolo. Ni siquiera le faltaba el aire mientras que a mí no me vendría mal bombona de oxígeno. ¿Cómo sabría lo de centro de anorexia y bulimia? Era imposible que él lo supiese. ¿Y lo del pelo? Era muy cuidadosa con ese tema y siempre tenía bien tapadas las raíces para que no se notase que era rubia.

-       -Si de verdad te crees tan listo dime porque me rescataste de ese desierto,- dije con las últimas gotas de aire que había en mis pulmones- y no me vengas con el cuento de que eres tan bondadoso que metes a cualquiera en tu casa.

-       -Tal vez sí.

-      - O tal vez sientas algo por mí.

Danffer no se rió, sino que quedó petrificado ante mis palabras. Aquellas palabras habían salido de mi boca sin más, ni siquiera había pensado que pudiesen afectarle pero me di cuenta de que tal vez mis palabras no fuesen del todo falsas. De repente miles de imágenes me vinieron a la cabeza: los días de visitas en el centro de alimentación, el concierto de Michel Teló en Murcia, el crucero por el mediterráneo, el mes en un internado de Inglaterra...en ellos siempre había alguien que la observaba entre las sombras, y cuando intentaba concentrarse más en aquella silueta desaparecía. Entonces, mi corazón dio un vuelco, calcinándose y uniéndose más a ese reino de arena y fuego.

domingo, 18 de septiembre de 2011

Capítulo 3: Brillo de luna en llamas

La idea de maquillarme ni siquiera se me había pasado por la cabeza así que cuando Dan me dijo que echase el maletín me sorprendió. Yo llevaba mucho tiempo sin pensar que el maquillaje era lo primordial en esta vida. El simple hecho de recordarme hace un par de años me removía el estomago. Sonreí al pensar en Aroa. Ella nunca podía salir de casa sin maquillaje. Ella fue la única que no me dejo de lado tras aquel verano que me cambio tanto. Fue la única que permaneció a mi lado aunque yo sabía que no me entendía. Fueron unos meses difíciles para las dos pero nuestra amistad se unió más que nunca y eso me alegraba.
Una lágrima se resbalo por mi mejilla. Pensar en todo aquello me entristecía, tal vez más de lo que debería. Me limpie la mejilla y seguí metiendo cosas en el macuto. 3 conjuntos de ropa interior, un par de vaqueros, 3 camisetas y una chaqueta.
Tras cerrar la mochila me acerqué a él y lo abracé por la cintura.
-       Ve a por algo de comida para llevarnos.
Lo solté de mala gana y empecé a rebuscar en la despensa. No había mucha variedad porque no era muy aficionada a hacer la compra. Encontré unos botes en conserva, una bolsa de pelotazos y otra de fantasmitas, un paquete de kit-kat y unos bocadillos de tortilla de patatas.
No fue fácil meterlo todo en la mochila pero al final entró.
-       Dan, ¿para que quieres mi maquillaje?
-       Para maquillarte, ¿para que va a ser sino?- dijo con toda la sinceridad del mundo.
No sé que cara pondría para que Dan me abrazase y me diese un par de besos en los labios pero podría asegurar que no era una cara de felicidad.
-       Tonta.
-       Perdona pero creo que no te he entendido bien, ¿me acabas de decir que necesito echarme maquillaje?- pregunté arrugando la frente.
-       No, bueno….si pero no es como tu piensas.
-       ¿Ah no?
-       No, necesitas el maquillaje para ir a un lugar.
-       ¿A un lugar donde debo aparentar más de 18 años?- pregunté cruzando los brazos para mostrarle mi enfado.
-       No  es exactamente así- dijo con voz nerviosa.
-       ¿No?
-       No, no vamos a ir a ningún pub donde tengas que sacar tu carnet de identidad. Vamos a ir a un lugar donde tendrás que maquillarte pero todavía no te lo puedo contar. Tenemos que llegar antes para asegurarme que nos será fácil la entrada. Y, por cierto, enciende la chimenea.
-       ¡¿La chimenea?!¡Pero si estamos en agosto!
-       Lo sé pero es la única manera de escapar.
-       Dan, dime donde vamos.
-       Ahora mismo no.
-       ¿Por qué? -mi voz sonaba más a suplica que a pregunta.
-       Tenemos a una bandada de ángeles alrededor de la casa y sino enciendes ahora mismo el fuego nos mataran en menos de diez minutos.
Estaba enfadándose así que me aseguré de encender el fuego lo antes posible. Estaba nerviosa y a primera vez que lo intente me quemé con el mechero. La segunda vez no tardó mucho en prender.
-       Tenemos cinco minutos hasta que nos descubran. Escribe una carta a tus padres diciéndoles que estas de viaje con Aroa y que volverás dentro de un mes.
-       ¿Volveremos dentro de un mes? -pregunté con la esperanza de que fuese así.
-       Lo dudo- me pasó un brazo por la espalda para consolarme -pero los llamaremos para decirles que hemos tenido un problema y que tardaremos un poco más.
-       ¿Nos encontrarán?
-       Intentaremos huir todas las veces que haga falta y vendremos a casa para que tus padres te vean y nos volveremos a ir.
-       No aceptarán que esté todo el tiempo de viaje.
-       Luz, si nos quedamos en tu casa ponemos en peligro a tu familia.
-       Lo entiendo -dije y me gire para buscar el papel y un sobre. Quería estar sola y despedirme de mi casa, de mi hogar…y Dan pareció entenderlo.
Encontré el papel en el despacho de mi padre junto a los sobres de las felicitaciones navideñas que mi madre mandaba a todos los parientes lejanos.
Empecé a escribir la nota para mis padres lo más rápido que pude pero la mano me temblaba y no se entendía mi letra. Intenté tranquilizarme pero sin ningún resultado.  Al final de esta puse la fecha de mi partida pero en el último momento se me ocurrió una idea.
Borré la fecha y la atrasé 2 semanas, un día antes de que volviesen mis padres.
-       Muy buena idea,-me susurro al oído mientras me abrazaba por la cintura -ya es la hora.
Doblé con cuidado la carta y la metí en el sobre. No quería irme de casa aunque era lo que siempre había soñado. Irme de casa y dejar todos los planes que mis padres hubiesen hecho para mí. Pero si deseaba estar con Dan esa era la única opción. De todas formas sabía que tarde o temprano iba a morir por haber incumplido las normas impuestas por los ángeles pero quería disfrutar todo el tiempo posible con él.
Eché el último vistazo al interior de mi casa. Siempre me había parecido una casa muy normal. Mi madre era la típica mujer que ponía todos los recuerdos de las vacaciones y comuniones sobre los muebles del salón. Aquello me irritaba porque era yo la que tenía que quitar el polvo de todos aquellos adornos inservibles hasta que una noche una joven sufrió un accidente enfrente de mi casa. No recuerdo su nombre pero si la cara de susto que tenía en el cuerpo cuando oyó el llanto de los niños del coche que había golpeado por la parte de adelante.
Después de que se calmase y tomase un chocolate caliente admiró nuestro salón y fue entonces cuando me di cuenta de lo precioso que era.
Observé la estantería y me acerqué a ella. Los marcos la adornaban sin dejar espacio para más recuerdos. Quería tener algo para recordar a mi familia así que cogí una foto de la parte superior de la estantería. Me acordaba perfectamente de ese momento, unas vacaciones en Paris junto a la torre Eiffel. En ella estábamos mis padres, mi hermano Héctor y yo. Todos sonreíamos, sobre todo yo por las cosquillas que mi hermano me estaba haciendo. Mi madre odiaba esa foto y por eso la había puesto en lo alto de la estantería pero aquella foto nos expresaba tal y como éramos. Tenía aproximadamente 8 años, cuatro años antes de empezar a meterme en líos. Ahora, con 17 años estaba a punto de morir a manos de unos ángeles presuntamente buenos.
Agarré con fuerza mi mochila y me acerqué al fuego.
-       ¿Qué has hecho antes?
-       Después te lo digo. Debemos salir ya, los ángeles están percibiendo el olor a humo y sabrán lo que estoy tramando.
Dan me abrazó y me hizo poner la cabeza en su hombro. Avanzó más hacia el fuego hasta que sentí como me quemaba la piel. Noté que mis pies se levantaban del suelo y que nos adentrábamos en el cálida calor de la chimenea. Dan me abrazaba  con mucha fuerza mientras que girábamos entre las llamas. Sus brazos me protegían del fuego hasta que sentí que el calor se esfumaba y un escalofrío me subía por toda la espalda. Abrí los ojos y visualicé un pequeño brillo de luna en el oscuro cielo de la noche.

miércoles, 7 de septiembre de 2011

Capítulo 2: En un mundo de arena

El 6 de agosto de 2009 en las afueras del oasis de Bahariya...

Recuperando el aliento tras la carrera más larga que han vivido mis sueños, me doy cuenta de que la tempestad se ha esfumado y que ese temor ya ha desaparecido. Me quito mis tacones de cristal justo antes de que estos se rompan en trocitos. Mis dedos sangran sin parar y nada puede parar la hemorragia. Me pongo en pie y ando cinco pasos. Las heridas duelen mucho. Ando otros cinco pasos. La arena se mete entre mis dedos infectando las heridas. Corro hasta que me derrumbo en el suelo. Hay demasiado sol en este desierto de arena roja y mis ojos se cierran justo antes de que la insolación se lleve los últimos latidos de mi corazón.
Una sombra cubre mis últimos pensamientos y me levanta en sus brazos pero mis ojos han sufrido demasiado y no tienen la suficiente fuerza para alzarse y mirar el rostro de aquel ser que esta dando su vida por aquella chica pelirroja con mejillas sonrosadas y desmayada en aquel mundo de arena.
Sueño. Mucho sueño. Demasiado sueño para mantener la consciencia. Mi corazón vuelve a latir aunque con lentitud. Mientras el sol me quema la piel en mi paseo hacia algún lugar que desconozco más pensamientos vuelven a mi cabeza y toda la iluminación se esfuma devolviéndome a la más profunda oscuridad.


Mis dedos rozaban una sabana muy suave al tacto y mis párpados se levantaron poco a poco permitiéndome ver la penumbra de la habitación donde posiblemente haya dormido varios días.
Me quité la sabana de encima y me sorprendió verme con un camisón blanco demasiado largo para mi gusto. Mis dedos estaban envueltos en gasas y tenía varias tiritas en los rasguños de los brazos.
Un golpe en la puerta me sobresaltó y me hizo caer rodando al suelo. Me levanté de golpe justo antes de 2 mujeres con vestido negro y un delantal blanco entraran en la habitación.
La más joven me miro de arriba a abajo y corrió las cortinas dejándome ciega durante unos segundos. Para cuando pude adaptarme a aquella ráfaga de luz, la sirvienta con mala leche ya no estaba en el dormitorio. La sirvienta de mayor edad se arrodilló al borde la cama y me curo de nuevo las heridas. No abrió en ningún momento la boca pero sus ojos desprendían dulzura y cariño. Cuando termino con las gasas su compañera salió del baño y le susurro algo al oído.
Antes de que las sirvientas salieran del dormitorio, la más joven me hizo una reverencia y desapareció por el pasillo dejándome a solas con aquella que había puesto tanto cariño en liarme en vendajes.
-       El baño ya esta listo - dijo la sirvienta mientras me ayudaba a levantarme.
-       No necesito ayuda -protesté aunque ella no pareció enterarse.
Estaba cansada aunque hubiese dormido durante meses así que pensé que un baño no me iría mal y acepté de mala gana su compañía hasta el aseo.
El agua estaba hirviendo pero necesitaba cocerme como un pollo para poder recordar todo lo que había pasado ayer, la razón de que estuviese allí. Pronto me acostumbre al bochorno de la habitación y me sumergí completamente en la bañera. Aguante 32 segundos bajo el agua. En mis años de éxito en la gana de natación infantil podía alcanzar el minuto pero llevaba demasiado tiempo sin entrenar y mucho haciendo el vago tumbada en el sofá o durmiendo en la cama. Sacudí la cabeza dándome golpes en los oídos para vaciarlos de agua pero yo sabía que esa no era mi verdadera intención. No sé cuanto tiempo estuve a remojo pero el agua ya estaba fría así que salté de la bañera y me lié con la toalla.
Salí del baño y encontré la ropa sobre la cama. No había ni rastro de la sirvienta por ninguna parte.
Pasé de la ropa y me asomé a la ventana. La hiedra verde rodeaba la fachada del edificio y prácticamente no dejaba ver nada de ella. El jardín lleno de rosales y de distintas gamas de flores adornaba el espacio entre la valla y mi posición en aquella pequeña fortaleza.
Parecía extraño que detrás de aquel muro existiera un mundo de arena, sol y espejismos.
Quise mirar más de cerca toda aquella maravilla pero cuando fue a abrir la puerta para pasar al balcón una voz me sobresaltó por la espalda.
-       No debería salir al balcón solo con esa toalla, señorita.
La sirvienta ya había vuelto. En su tono de voz no noté ningún reproche, solamente una advertencia.
-       Me llamo Luz, no señorita -no quería ser molesta pero ya estaba un poco harta de que no me llamasen por mi nombre.
-       No hay tiempo para presentaciones, señorita. Vístase y vendré a por usted en media hora. El señor quiere verla en el comedor para cenar con usted.
-       ¿El señor?
-       Fue quien la rescató del desierto. Vendré en media hora -y salió del dormitorio sin añadir nada más.
Me senté en el borde de la cama y miré por encima la ropa. Un vestido blanco amarrado al cuello y unas sandalias negras.
Y por primera vez desde que me desperté pensé en aquel extraño sueño del desierto. No recordaba quien me había salvado de aquella pesadilla pero quería averiguarlo.
Salí decidida hacía el baño con dos propósitos: conocer al famoso señor y encontrar un estuche de maquillaje por alguna parte.


miércoles, 31 de agosto de 2011

Capítulo 1: Luz en plena noche

Noté  como  su  boca  se  posaba  sobre  mi  mejilla,  se  deslizaba  hacia  mis  labios  y  suspiraba.
Abrí  los  ojos  y  lo  encontré  allí,  en  mi  habitación. Su  pelo  rojo se  percibía perfectamente  porque  ni  la  oscuridad  era  capaz  de  ocultarlo,  sus  facciones  se  movían cada  vez  que  me  daba  un  beso   y  sus  brazos  me  abrazaban  proporcionándome  todo  el  calor  que  hacia  tiempo  que  no  me  daba.
Encendí  la  luz  y  abracé  su  precioso  cuello  mientras  él  rozaba  mi  pelo  dorado  con  sus  labios.
-       Por  fin  has  vuelto,  te  he  echado  de  menos.
-       Yo  también  mi  princesa,  yo  también.
-       ¿Ha  pasado  el  peligro? - pregunté  mientras  seguía  besando  sus  finos  labios.
-       Luz…- dijo  inspirando  con  fuerza.
Cuando  pronunció  mi  nombre  me  estremecí  y  entendí  que  el  peligro  era  algo  con  lo que  teníamos  que  vivir  para  siempre.
-       Cariño…los  he  despistado  pero  es  muy  difícil. Esto  que  estamos  haciendo  es peligroso,  si  descubren  que  nosotros  estamos  juntos  te  mataran  y  no  puedo permitirlo -  su  voz  sonaba  segura  pero  yo  no  estaba  dispuesta  a  darme  por  vencida.
-       Podremos  conseguirlo,  hemos  vivido  con  el  peligro  y  podemos  seguir  viviendo con  el.
-       Luz,  no  vuelvas  a  empezar,  esto  es  imposible,  en  cualquier  momento  nos  descubrirán  y  todo  acabará. Te  matarán  y  me  obligarán  a  ver  como  te  apuñalan  y  te  desangras  mientras  yo  te  pido  disculpas  por  haberme  enamorado  de  ti.
-       Parece  la  típica  película  donde  los  enamorados  luchan  por  estar  juntos  sin  que nada  más  les  importe  - admití  con  ironía.
Sus  ojos  me   miraron  con  ira. He  de  admitir  que  nunca  antes  los había  visto  así  y eso  me asusto  lo  suficiente  para  hacerme  callar.

-       Luz,  he  venido  a  despedirme  porque  no  quiero  que  te pase  nada. Eres  la persona  que  amo  y  no  voy  a  dejar  que  nada  te  haga  sufrir  y  si  para  eso  tengo  que  dejarte  ir  lo  haré, porque  eres  lo  más  importante  en  mi  vida.
-       ¿De  verdad   no  dejaras  que  nada  me  haga  sufrir? - no  esperé  a  que  respondiera  y continué  con  una  voz  dolida  que  le  asestaba  puñaladas  por  la  espalda-. Pues  no  lo  estas  haciendo  muy  bien  que  digamos  porque  eres  tu  el  que  me  esta  haciendo sufrir.
Creo  que  las últimas  palabras  las  dije  gritando  pero  realmente  no  estaba  realmente  segura.
-       La  decisión  está  tomada  y  es  irreversible- se  notaba  que  mis  palabras  le  habían  hecho   daño  pero  no  iba  a  cambiar  de   idea.
-       No  me  dejes- supliqué.
-       No  hay  otra  opción.
-       ¿Por qué?
-       Porque  corres  un  grave  peligro  a  mi   lado.
-         no  eres  como  los  demás, a  lo  mejor…si  se  lo  explicamos…
-       No,  los  guardianes  no atienden  a  razones. Lo  siento  Luz, -cogió  mi  barbilla  con  su  mano  izquierda  obligándome  a  mirarle a los ojos- a    también  me duele  pero  no  puedo  permitir  que   te  hagan  daño  por  estar  con  alguien  como yo.
-       ¡¿Cómo  tu?! Eres  la  persona  que  amo  y  no  serías  capaz  de  hacerme  daño.
-       Lo  sé, pero  ellos  no  lo  entenderían  y  es  imposible  que  crean  que... - su  voz  se quebró  antes  de terminar  la  frase.
-       ¡¿Qué un demonio como tu fuera bueno?! -mi  irritación  iba  en  aumento  y  pronto  iba  a  estallar.
-       Soy  un  demonio  que  ha  nacido  y  crecido  en  el  infierno; es  lógico  que  no  quieran  que este  en  la  superficie.
-       No  haces  daño  a  nadie.
-       Luz, el  deber  de  los  ángeles  es mantener  a  los  demonios  en  el  lugar  de  donde  procedemos  y  fuera  de  la  vista  de  los  humanos entre  otras  cosas. En  este  caso  están  incumpliendo  su  deber.
-       Entonces… ¿todo  ha  terminado?
-       Me  duele  mucho  más  que  a  ti, cielo.
Lo  abracé  con  todas  mis  fuerzas  mientras  lo  besaba  manteniendo  la  norma  que  habíamos  pactado  desde  el  momento  que  decidimos  ser  pareja.
Una sacudida de tierra nos hizo perder el equilibrio. Dan cayó de espaldas al suelo y yo sobre su pecho desnudo. No me había dado cuenta de que no llevaba camiseta ya que no me había levantado totalmente de la cama en la que dormía antes de que su aroma endulzara mis sueños. Su piel morena llena de sudor me demostraba que había realizado un largo viaje para visitarme y la sacudida que no había venido solo.
Se levantó de un brinco y corrió hasta la ventana. Su cabeza se movía en busca del causante del movimiento de tierra porque, como ambos suponíamos, no era un terremoto normal y corriente.
-       Demasiado tarde, nos han descubierto -dijo mientras se giraba para dar la espalda a la ventana.
Me levanté lo más rápido que pude para acercarme a la ventana pero mi camisón de seda se resbaló por mi piel hasta caer al suelo. Mi ropa interior de encaje negro era imposible de pasar desapercibida y más con mi piel pálida.
Sus ojos se encontraron con los míos después de haber subido y bajado su mirada varias veces por todo mi cuerpo. Se ruborizó y volvió la mirada hacia la ventana.
-       Luz, ponte algo más apropiado, por favor, que no es momento de tontear.
Me abalancé contra el armario y me coloqué unas mallas y una camiseta larga. Mientras buscaba la ropa sentí su mirada sobre la parte de atrás de mi tanga. Me ruborice nada más pensar en lo que podía pasar si nadie nos estuviera acechando.
-       ¿Te gusta mi culo? -le pregunté con una pizca de deseo en mi voz.
Se puso rojo como un tomate pero no dijo nada y siguió vigilando por la ventana.
-       La carne es débil- pensé.
Cuando estuve lista me situé a su lado. En aquel momento me alegre de que mis padres aceptaran a irse a Italia de vacaciones y recé para que todos los vecinos estuviesen durmiendo porque se habrían asustado al ver el jardín de mi casa.
Diez ángeles con mascaras negras y capas que no tapaban completamente sus hermosas alas blancas se distribuían entre los rosales de mi madre preparándose para atacar a la mínima señal de movimiento.
-       ¿Qué vamos a hacer?
-       Prepara una maleta con lo más necesario porque nos vamos -suspiró levemente -juntos.