El 8
de agosto de 2009 en una mansión perdida en el desierto.
Salí
enfadada de aquella habitación tan blanca que cegaba la vista. No había
encontrado maquillaje por ninguna parte y las sandalias eran un número menos
del que calzaba. Además, la sirvienta no aparecía y mi tripa ya empezaba a
quejarse por la ausencia de comida.
Harta
de esperar, abrí la puerta de la habitación y me encontré con el pasillo más
largo del mundo. Aquello parecía un laberinto pero no me caracterizaba por ser
una persona muy paciente así seguí las baldosas blancas en busca de una buena
ensalada mediterránea.
Tras
media hora andando, me di por vencida. Todas las puertas eran idénticas y por
más que entrase en nuevos pasillos no encontraba la salida. Me apoyé en la
pared y poco a poco me deslicé hasta llegar al suelo.
Perdida,
sí, estaba perdida en aquel maldito palacio. ¿Asustada?, bastante, lo
suficiente para que la primera lágrima mojara mi mejilla. Un ruido desde el
fondo del pasillo me sorprendió. Me levanté de un salto y allí encontré a la
sirvienta de mayor edad. En vez de sorprenderse o enfadarse por mi escapada me
cogió de la mano y seguimos avanzando
por el pasillo hasta llegar a unas escaleras de mármol.
- -No
iba mal encaminada señorita aunque la siguiente vez que intente jugar a
Sherlock Holmes intente no perderse- comentó con un toque de ironía.
No
quería enfadarme por todo lo que me estaba diciendo y menos después de haberme
encontrado, pero no me estaba resultando nada fácil.
- -Ya
hemos llegado- y abrió una puerta de madera dejando a la vista una gran sala
repleta de sillas y una enorme mesa.
La
estancia era tan bonita que era imposible dejar de observarla. Me deje guiar
por la asistenta hasta llegar al centro de la sala. Ella se arrodilló pero yo
ni siquiera me inmute cuando me encontré con su mirada. Sus ojos marrones me
retuvieron la mirada pero tuve que apartarla por me abrasaba la vista.
- - Gracias
Norma, ya te puedes retirar. Deja que nuestra huésped y yo podamos conversar
tranquilos.
Mi amada asistenta de nombre recién descubierto se retiró
y nos dejo solos. Yo seguí contemplando aquella sala tranquilamente con sus
ojos clavados en mi espalda.
- - ¿Te
gusta?
Al
no obtener respuesta se rió. No fue una risa forzada, al contrario, fue más
bien sincera. Y eso me desconcertó. Normalmente, cuando pasaba de alguien, eso
provocaba ira en la otra persona pero esta vez era distinta. Me volví hacia él
y lo encontré a pocos pasos de mí. No tendría más de 21 años aunque aquella
barba de varios días hacia que aparentase más edad. Llevaba una camiseta blanca
que le marcaba todo el torso con unos vaqueros oscuros. Su voz sonaba segura y
no demasiado dulce. Tenía el pelo rojo como el fuego, mucho más intenso que el
mío. No parecía del todo enfadado, al contrario, parecía estar divirtiéndose.
- -¿Esta
sorda señorita?
- - Tengo
un nombre y no, no estoy sorda.
- - Pues
lo parece o tal vez le comió la lengua el gato. Yo soy Danffer.
Aquel
tío me estaba sacando de mis casillas pero intenté serenarme. Si había sido él
la persona que me había rescatado del desierto debía de estar agradecida con él
aunque fuese un imbécil integral.
- -Creí
equivocarme pero ya veo que mis sentidos no fallan. No sé si debí rescatarte
del desierto. Tan solo eres una estúpida niña arrogante que solo piensa en si
misma, ¿o me equivoco?
- - Si tu
“sexto sentido” nunca te falla entonces por qué me recogiste.
- -Veo
que tu arrogancia sigue en pie. No soy como tú, primero pienso en el daño que
puedo hacer a los demás antes de actuar.
- -No
me conoces.
- - Puedo
saber de ti más de lo que tú sabes de ti misma. Por ejemplo, no eres pelirroja,
tan solo te lo has tintado para llamar la atención y para parecer más fuerte de
lo que realmente eres. Y si no me crees mírate las uñas, te las muerdes.
- -¿Y?
Que me quieres decir con eso.
- -Que
eres nerviosa y que no tienes seguridad. Tienes miedo de que los demás te
juzguen por lo que realmente eres pero te escondes por sus críticas.
- - Pero,
¿de qué vas?- intente aparentar que no me afectaba pero termine gritando esta
última frase.
- -Tan
solo digo verdades, para mí, las mentiras destruyen la confianza en las
palabras; y las palabras son la mejor arma del hombre.
- - No
sabes nada de mí.
- -¿De
verdad lo crees o tan solo lo dices como mecanismo de defensa? ¿Quieres que
cuente más cosas sobre ti?
Nunca
antes nadie me había hablando así, faltándome de tal manera el respeto, ni
siquiera mis padres cuando descubrieron que les robaba el dinero para comprar
tabaco.
Cerré
los puños intentando tragarme toda la rabia pero se me atragantó en la garganta
dejándome sin palabras. Él interpretó mi silencio como una señal para seguir
avanzando hasta encontrar un buen lugar para clavar una llaga en mi corazón y yo
no pude hacer nada.
- - Mírate,
¿cuánto pesas? ¿Has mejorado algo después de dejar el centro de trastornos
alimenticios? ¿Te sientes ahora mejor que rozas los 40 kg o son tus amigas las
que más se alegran de que estés en los huesos? ¿Son ellas las que te obligan a
vomitar o te metes los dedos tu sola? Pareces una marioneta controlada por las
que crees que son tus amigas. Eres su pelele y posiblemente te creas mejor que
todas las personas a las que has insultado y mirado por encima del hombro- lo
dijo como si fuese un discurso, como si llevase días preparándolo. Ni siquiera
le faltaba el aire mientras que a mí no me vendría mal bombona de oxígeno. ¿Cómo
sabría lo de centro de anorexia y bulimia? Era imposible que él lo supiese. ¿Y
lo del pelo? Era muy cuidadosa con ese tema y siempre tenía bien tapadas las raíces
para que no se notase que era rubia.
- -Si
de verdad te crees tan listo dime porque me rescataste de ese desierto,- dije
con las últimas gotas de aire que había en mis pulmones- y no me vengas con el
cuento de que eres tan bondadoso que metes a cualquiera en tu casa.
- -Tal
vez sí.
- - O
tal vez sientas algo por mí.
Danffer
no se rió, sino que quedó petrificado ante mis palabras. Aquellas palabras habían
salido de mi boca sin más, ni siquiera había pensado que pudiesen afectarle
pero me di cuenta de que tal vez mis palabras no fuesen del todo falsas. De
repente miles de imágenes me vinieron a la cabeza: los días de visitas en el
centro de alimentación, el concierto de Michel Teló en Murcia, el crucero por
el mediterráneo, el mes en un internado de Inglaterra...en ellos siempre había
alguien que la observaba entre las sombras, y cuando intentaba concentrarse más
en aquella silueta desaparecía. Entonces, mi corazón dio un vuelco, calcinándose
y uniéndose más a ese reino de arena y fuego.